Historical & Mythological Short Fiction

Ink of Ages Fiction Prize

World History Encyclopedia's international historical and mythological short story contest

Segundo Premio 2025

Senthan Thomas Sivasangar

Senthan Thomas Sivasangar es un autor de obras de ficción, desde relatos de misterio o ciencia ficción hasta novelas de baja fantasía. Después de graduarse en el King’s College de Londres de una licenciatura en Literatura Inglesa y Estudios Cinematográficos, ahora dedica gran parte de su tiempo (siempre y cuando no sufra ninguna lesión deportiva) a trabajar con niños en el sur de Londres. En su tiempo libre, se dedica a intentar responder la eterna pregunta que atosiga a todo escritor: cómo pasar de la escritura informal a dedicarse a ello a tiempo parcial o como trabajo principal.


Møya está inspirada por Møya i Ulveham, una antigua leyenda noruega extendida gracias a baladas populares en los siglos XVIII y XIX en el condado noruego de Telemark. No se sabe mucho sobre los orígenes de esta historia, pero volvió a la atención del público gracias a la participación de Noruega en el Festival de Eurovisión 2024 y su canción, Ulveham, de Gåte. Para más información, consulta la versión online en la Biblioteca Nacional de Noruega.



por nombre Senthan Thomas Sivasangar, traducido por Sergio Vigil Muñoz

See other languages available

Møya


—Lyall. Es Lyall… ¿verdad?


Su voz tembló, como las hojas de otoño atrapadas en una brisa invernal, pero permanecí helado, viendo su reflejo en el espejo que tenía ante mí. Mi silencio le hacía preguntas, y ella las contestaba entre los cimbreos del fuego.


—Tus ojos te delatan. Mi hermana me habló de ellos.


Las sombras se movían y deslizaban por su rostro y revelaban sus matices uno por uno, pero nunca al mismo tiempo, y vi en ellos a aquella mujer, empapada de culpa. En mi pecho latía el corazón de un animal, y desde algún lugar en mi estómago surgía un gruñido incandescente que acabó por llenar la sala.


No hubo reacción alguna por su parte.


En vez de eso, comenzó a caminar a mi alrededor. Una de sus piernas acarició el pelaje en uno de mis costados, y se sentó en una silla al lado de la mesa.


Aquella sensación volvió a abrumarme, tal y como lo hizo en los últimos días, ya que había despertado en el cuerpo de un monstruo. Era rabia, era furia desatada que me lanzaba dentelladas a la piel como el aliento de un viento frío; me instaba a abalanzarme contra su cuello y hundirle los dientes en su piel, sin dejar ninguna curva o recoveco intactos.


Lo único que me recordaba que todavía era humana eran las dudas. 


Alzó una mano al percatarse de que el pelaje en mi lomo se erizaba, de que mis ojos estaban entornados e inyectados en sangre.


— Yo ya sé… lo que quieres hacerme.


Mi espalda arqueada se relajó al sonido de su voz, y la tensión en mi garganta se disolvió. Como si de lanzar una moneda al aire se tratase, el ambiente se llenó de algo distinto.


—No te podría culpar. Mi hermana ya me había obligado antes a usar este hechizo, y cada vez que lo hago, siento que una parte de mí se marchita.


Un hechizo. Nada más ver esta cabaña, alzándose sola y donde el bosque se encuentra con el lago, con la magia oscura deslizándose desde cada esquina, las sospechas crecieron en mi mente como malas hierbas. Mis respuestas se hallaban aquí dentro.


Aunque sabía que, de alguna manera, se debía de tratar de alguna obra de magia, y aunque sabía que la mujer ante mí era una bruja, que era la bruja detrás de mi transmutación de medianoche, una parte de mí vaciló. Sentada frente a mí y con mi vida en su regazo, no parecía ser consciente de ello. Sus ojos eran de un plata sin lustre, y la palidez de su piel era cadavérica. El oro de su pelo, antaño oscuro, había pasado a gris en mechones de pelo hirsutos.   


Parecía exhausta.


Sin embargo, nada llegó a encajar hasta que siguió:


—Me llamo Gunnhild. Mi hermana… Bueno, mi hermana es la mujer de la que tu padre tuvo la mala fortuna de enamorarse.


Di un paso atrás. El crepitar del fuego era ensordecedor, y el aire gélido de la cabaña hostigaba mis tobillos hasta que los músculos se pusieron rígidos. Las emociones de un animal retumbaban en mi sangre e intenté refrenarlas, con lo poco que quedaba de mi conciencia. Me agazapé, cada palmo de mí temblando, y la miré con ojos entrecerrados. Hablé en mi cabeza, y recé para que pudiera oírme: 


«Cuéntamelo», dije. «Cuéntamelo todo».


Tuvo sentido que, en ese momento, agachase la cabeza en un asentimiento solemne. Una bruja puede oír las palabras en el viento que todos los demás tacharían de ruidos sin importancia. Era normal que me escuchase, ya que yo era la víctima de su magia retorcida.


Con un profundo suspiro, se adentró en lo que parecía una pequeña cocina escondida detrás de una pared de pieles de animales. Por un instante, desapareció tras ellas y lo único que indicaba que seguía allí eran los tintineos y el goteo procedente de un vaso que llenaba con agua. Volvió un minuto después con dicho vaso y colocó ante mí un cuenco medio lleno con agua enturbiada por secretos. La estancia se llenó con los chasquidos del hollín del fuego, el rumor silencioso de un viento que soplaba al otro lado de la ventana, y bajo aquella reverberación se hallaba el palpable silencio que precede a una historia aún por contar.


—Mi hermana…


Vaciló, y yo enderecé la espalda. Con la mirada aún clavada en la bruja, aunque un tanto suavizada por el remordimiento de ver lo consumida que estaba, esperé pacientemente y escuché.


—Elena es una mujer rota —comenzó—. Cuando descubrí estos… poderes, si se podrían llamar así… ella fue la primera en asegurarse de que yo no sobrepasara mi propia sombra. Se lamentaba a mi madre y le contaba lo peligrosa que yo era, y empezaba peleas en el patio de la escuela para asegurarse de que nadie acabase muerto al hablar conmigo. Y, como cualquier adolescente, hui. Hui de ella, de los susurros de los niños, de los ojos ardientes de los demás, hasta llegar aquí, donde nos encontramos.


Hizo un gesto seco, señalando la cabaña que nos rodeaba. Alguna vez este lugar significó mucho para ella. 


—Pero me encontró, como siempre. Le llevó una década, a lo mejor más, pero dio conmigo. Ahora era una lensmann. Cuando los hilos del Destino me pusieron en su camino, no hubo ninguna alegría en nuestro reencuentro. En vez de eso, en sus ojos había el destello de algo diferente. Era mucho más poderoso que simple picardía, pero no había alcanzado la pura maldad.


Entorné la cabeza, reprimiendo escalofríos, y ella agachó la suya. Cada frase de su relato parecía ir desgarrándose de los ropajes de una mujer que ya estaba hecha añicos.


—Verás, la magia está prohibida en este rincón de Noruega. Si los ojos del pueblo se hubiesen posado en mi rincón del bosque, me habrían ahogado. Por supuesto, allí estaba mi hermana, delante de mí, una matona de patio de escuela que se había convertido en nada más y nada menos que una agente de la ley. Cuando me ofreció un compromiso, lo hizo como una hermana mayor, como la victoriosa, una vez más.


Un suspiro, y Gunnhild se puso en pie. El borde de su falda se arrastró por el suelo y se arrugó al inclinarse a ocuparse del fuego. Cuando se enderezó, se quedó mirándolo, y las lágrimas que podía oír, invisibles. 


—Prometió no revelar mi existencia, mantener a otros agentes y a sus perros lejos de mí, siempre y cuando me pudiese utilizar como un instrumento, para utilizar mi poder para obtener todo lo que quisiera. Me usó para transformar en animales a personas, niños y aquellos en busca por delitos menores para que pudiera afirmar que se encargó de todos aquellos que ponían en peligro la paz y la seguridad. Me usó para que le encontrase un hombre que la amase, después de añadir una cucharada más de azúcar en su bebida.


El frío volvió a la cabaña, y Gunnhild se giró hacia mí.


—Y cuando vio cuánto te amaba el pueblo, cuánto te amaba él a ti, su hija, cuando vio cuánto tiempo se hacía para veros a ti y a tu hermano… ay, tu pobre hermano… Me usó para convertirte en la criatura que eres. En el lobo que vio dentro de ti, un depredador para su fantasía idílica que todavía estaba por desarrollarse, para que nada, absolutamente nada, se interpusiera en su camino.


Hacía ya un rato que no escuchaba su historia, hasta que mencionó a Sam. El instinto de atravesarle la garganta con mis garras, deslizarlas hacia abajo y abrirla en canal me volvió a asaltar, hasta que me percaté de que, al igual que un agua inunda un barco hundiéndose, mi padre fue una víctima desde el principio.


Había perdido a su esposa ni siquiera hace dos años y su hijo, mi hermano Sam, adolecía de la misma aflicción. Nos había traído aquí, a Noruega, para darle una esperanza de vida a Sam, encontrar una manera de curarle; sin embargo, la sirena de los fiordos sedujo a mi padre, perdido en la canción de una mujer envuelta en inseguridad, desesperada por dar a luz al hijo de un hombre que jamás le daría su amor de forma natural.


—Sé lo que estás pensando.


Se me escapaban gruñidos entre los dientes y mis ojos se habían entrecerrado una vez más, pero ella tenía razón; que sabía lo que estaba pensando... Parece ser que, de alguna manera, lo sabía incluso mejor que yo.


La mujer que estaba ante mí era una bruja, la misma que me transformó en un lobo. Sería lógico, en ese caso, que pudiera revertir el proceso. Me aproximé a la mesa y apoyé sobre ella mis patas delanteras (lo más parecido que pude hacer a un ruego), mis ojos clavados profundamente en los suyos mientras ella se sentaba a mi lado. Mediante los temblores en mi pelaje, le transmití el sentimiento de la niña pequeña que esperaba dentro de mí, la niña pequeña que había sido, anhelando que su vida volviera, en la que seguiría gruñéndole a su padre, cuidando de su hermano y escuchando una vez más el amor que sentía por su nueva ciudad.


Pero la bruja negó la cabeza con suavidad.


—No puedo.


Bajé una pata al suelo y mi espalda volvió a arquearse. «Puedes», pensé, aguantando la furia que burbujeaba en mi garganta, «puedes y lo harás».


—La magia es…


Se levantó, se dio la vuelta y se pasó un dedo por el pelo.


—La magia es algo horrible, y no se puede deshacer simplemente pronunciando un contrahechizo. Los mismísimos dioses saben que un error se debe castigar, que el mero arrepentimiento no es un precio justo por una maldición impulsiva.


Se aproximó al fuego otra vez, y yo la seguí, seguí su mirada melancólica que se enredaba con las llamas mientras estas crepitaban contra su celda.


—Es cierto que hay una manera de deshacer el hechizo, lo sé porque lo escribí yo misma. Oh, Lyall…


Alcé la cabeza y vi un torrente de remordimientos fluyendo desde sus ojos a los míos. Luego, una pausa, acentuada por un suspiro solitario.


—Tu hermano… se llamaba Sam, ¿no?


Si hubo alguna respuesta por mi parte, un telón de anticipación la escondió. A fin de cuentas, ¿qué tenía que ver Sam con todo esto? ¿Con nada de esto?


—La única manera de revertir esta maldición… es beber de su sangre. Tienes que beber la sangre de tu hermano.


Tropecé hacia atrás. Esta vez, no hubo vacilaciones. Me abrasaba el cráneo, recorría cada nervio, cada vena, hasta que me hallé estremeciéndome, aunque ya no por el frío. El mismísimo Demonio, el culpable de este ego tan retorcido, me miraba a los ojos ofreciendo únicamente la disyuntiva de asesinar a mi hermano o vivir el resto de mis días como un animal. Esta vez, la furia del lobo apretó sus dedos en torno a mí, hundió sus zarpas en mis articulaciones, y ya no podía luchar contra ella. Ni siquiera lo deseaba.


—Sé lo que quieres hacerme.


Lo repitió una vez más, y mis oídos rebosaban con el fuego de la sangre.


—Te lo suplico…


Su voz se convirtió en un gemido, y mi espalda se arqueó por sí sola, con fervor propio. No tuve la oportunidad de rogarle nada antes de que me convirtiera en esto. Mi hermano tampoco la tuvo cuando ella lo hizo parte de sus propios planes. Aun así, esperé un momento, aunque solamente fuera para oír como el dolor partía de su boca.


Al final, lo que oí no fue el dolor que yo esperaba.


Un llanto silencioso. Alzó la cabeza, exponiendo su cuello. Sus nudillos estaban blancos mientras se aferraba a la silla y sus ojos cerrados se humedecían.


—Concédeme tu piedad.



Did you love this story as much as we did? Why not share it with someone else to show your support for the author! We're @WHEncyclopedia on social media using the hashtag #InkOfAges 📜🪶

Read the other prize-winning stories →


Ink of Ages 7: Meet the 2025 winners
Ink of Ages 6: The shortlist is here!
Ink of Ages 5: What gets a story on the longlist?
Ink of Ages 4: First impressions from the judges
Ink of Ages 3: The stats, while you’re waiting
Ink of Ages 2: Self-editing 101
Ink of Ages 1: What are judges looking for anyway?